Merece destacarse la aprobación, en la Legislatura local, de la ampliación de la ley de protección de edificaciones urbanas
Los defensores de la memoria urbana al fin han sido escuchados: tras sucesivas postergaciones, la Legislatura aprobó la ampliación de los alcances del oficialmente denominado Procedimiento de Promoción Especial de Protección Patrimonial de la ley 2548.
Por los casi dos años que faltan hasta el 31 de diciembre del 2010, miles de edificios y conjuntos urbanos públicos y privados estarán a salvo de los dislates cometidos durante décadas en las que se demolieron construcciones que daban a la ciudad su carácter e identidad. Ahora, todo edificio o conjunto urbano representativo construido o con planos aprobados hasta el 31 de diciembre de 1941 no podrá ser modificado ni demolido sin previa intervención del Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales.
Hasta esta nueva ley la protección era sólo para los inmuebles catalogados como preservables o premiados por la entonces Municipalidad, ubicados en ciertas áreas específicas. Ahora, la protección cubre toda la ciudad y todos los edificios anteriores a 1942. A partir de este momento abarcará hasta el último centímetro cuadrado del territorio de nuestra ciudad autónoma.
Extenso y áspero fue el camino recorrido para llegar a este punto. En nombre de exacerbados modernismos y de aplicaciones abusivas del derecho de propiedad, fueron devastadas muchísimas edificaciones y zonas que daban testimonio de la memoria urbana, lo cual equivale a decir que eran porciones tangibles de cuatro siglos largos de historia urbana.
Poquísimos vestigios quedan de la ciudad colonial, de la de los tiempos de nuestra emancipación e independencia, de la que asistió a las luchas civiles o de la que fue mudo testigo de la organización nacional. Si hasta el venerable Cabildo fue mutilado y desfigurado y hubo que reconstruirlo íntegro durante la década del cuarenta.
Igual maltrato sufrieron el área histórica de San Telmo y Monserrat, la magnifica Avenida de Mayo, el microcentro y fastuosos petit hoteles de Barrio Norte, la Recoleta, San Nicolás y Palermo. Durante muchísimos años, ni el valor paisajístico ni la muy elogiada variedad arquitectónica de nuestra ciudad, reconocida por expertos de prestigio internacional, fueron tenidos en cuenta para evitar esas absurdas demoliciones que contrastaron con el respeto que otras grandes ciudades tienen por su historia. Y que rinde frutos en divisas a través del turismo que busca esas tradiciones y no los repetidos rascacielos de vidrio que pululan por cualquier ciudad.
En Buenos Aires esos valores fueron sepultados por meros intereses individuales y una falsa idea de progreso. Fue tras perder casi toda nuestra identidad edilicia que los vecinos comenzaron a reclamar menos demolición y más cuidado y, por suerte, esta vez los gobernantes no ignoraron su clamor.
Mucho se ha perdido, pero al menos algo queda y debemos protegerlo. La vigencia paulatina de las medidas de preservación y protección demuestra que eran falsos los argumentos de los demoledores: ni la ciudad se anquilosó ni hubo una crisis de la construcción. Esos pronósticos tampoco ocurrirán ni con la extensión de la ley 2548 ni con la deseable consolidación definitiva, aunque deberá comprometérsela con el otorgamiento de compensaciones económicas a los propietarios de los edificios protegidos, que así se sumarían a los defensores de la verdadera Buenos Aires. Porque si seguimos destruyendo, convertiremos a la París de América del sur en una ciudad sin personalidad. Y eso sería un grueso e irreparable error.
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