sábado, octubre 15, 2011

Las torres, un fenómeno que crece y pone en crisis la identidad barrial


15/10/11 Representan un antes y un después porque transforman las calles y la vida vecinal.
PorMIGUEL JURADO 
OPINION
Las torres son un problema en Buenos Aires porque esta ciudad crece para adentro como si fuera una isla. Y crece demoliendo edificios viejos y valiosos para construir otros más grandes, a veces más feos y casi siempre de peor calidad.
En los barrios tradicionales, la aparición de edificios altos nos quitan luz, la intimidad y ese pedazo de cielo que veíamos todas las mañanas. Sin contar que la construcción es un largo tormento para todos.
En Buenos Aries el tema se complicó mucho más cuando la gente empezó a llamar “torre” a cualquier edificio que supera la altura media del barrio. Así, un edificio de 12 pisos entre medianeras, que pasarían inadvertido en Manhattan, resulta imbancable en Villa Pueyrredon.
Para los arquitectos, las torres son una cosa buena: prismas altos, con mucho aire a su alrededor y en un terreno bien grande lleno de verde. A los arquitectos les gustan las torres por las razones correctas: permiten diseñar ambientes bien ventilados e iluminados, mucho mejores que los departamentos internos de edificios tradicionales. Pero es cierto que, salvo a los arquitectos, a la gente que vive en las torres, a los que las construyen y, por su puesto, a los que las venden, al resto de los mortales las torres les caen antipáticas.
Es que la altura produce discriminación hacia afuera y hacia adentro del mismo edificio. Hacia afuera porque a nadie le gusta que lo miren de arriba. Y hacia adentro porque cada piso tiene su categoría y mientras más alto se vive en una torre, más categoría se tiene. De hecho, entre los que tienen mucho dinero como para vivir en una torre bien canchera, a nadie se le ocurre comprar el primer piso. Los inversores saben bien cómo funciona psicología humana, y es por eso que en las torres de última generación, los departamentos del primero al tercer nivel... ¡Ya no existen!. Ahora, allí hay aire o la portería. Es más, para los desarrolladores de torres súper altas (y súper caras), los primeros 10 pisos son un clavo.
Hay otras razones entendibles para odiar una torre. El primer cambio que produce un edificio alto en una zona de casas bajas es el calvario de la obra. Camiones, ruido, polvo y grietas en las paredes de los vecinos te empiezan a cambiar la vida tranquila que se llevaba hasta entonces.
Después, cuando la torre está terminada los nuevos vecinos no saludan y ocupan toda la vereda con sus autos. Es que es gente nueva que no tiene los códigos del barrio. Además, tampoco los viejos vecinos terminan de conocerlos porque la torre triplica la cantidad de habitantes de la cuadra de un día para el otro.
Pero, por más que la gente chille, las torres seguirán creciendo si no se empieza a valorar el carácter de los barrios con normas específicas. La altura de los edificios es apenas una de las características que hacen a un barrio. La forma de las construcciones, la distribución y el diseño de los espacios públicos y la conservación de los lugares memorables ayudan a mejorar, mantener y preservar a un barrio sin convertirlo en un museo.
El crecimiento de las torres está impulsado por el negocio inmobiliario y nadie es inmune al dinero. Son los mismos vecinos los que empiezan a vender cuando entienden que están viviendo encima de una mina de oro. Entregan la casa de sus viejos y se mudan a otro barrio con los bolsillos llenos.
Pero la ciudad no es un bazar de compra y venta y las normas pueden servir para cuidarnos de la especulación y, también, a nosotros de nosotros mismos.

No hay comentarios.: